lunes, 29 de agosto de 2011

BEOWULF

“Beowulf” es un poema épico anglosajón anónimo que fue escrito en inglés antiguo y posee 3.182 versos.
Tanto el autor como la fecha de composición del poema se desconocen, aunque las discusiones académicas suelen proponer fechas que van desde el siglo VIII al XII d. C.  Además, aunque el poema no tiene título en el manuscrito, se le ha llamado Beowulf desde principios del siglo XIX y se conserva en la Biblioteca Británica.
Al finalizar la lectura del presente poema épico, podemos observar que  tiene dos grandes partes: la primera sucede durante la juventud del héroe  y narra cómo acude en ayuda de los daneses, quienes sufrían los ataques de un ogro gigantesco, llamado Grendel; en la segunda parte, Beowulf ya es el rey de los gautas y pelea hasta la muerte con un feroz dragón.
Es importante señalar que el presente poema épico surgió como un cantar de gesta recitado por juglares que narraban hechos que tendrían lugar en algún momento entre los siglos V y VII d. C. De esta manera, observar los hechos históricos acaecidos durante este período de la Edad Media puede ayudar a comprender ciertos factores que incidieron en la composición del poema y las problemáticas que se reflejan en el mismo.
En efecto, este siglo es un período histórico agitado en el cual, tras la retirada de los romanos, los invasores que llegan a las Islas Británicas fueron desplazando a los antiguos habitantes (los celtas, luego llamados bretones), y se producen cambios lingüísticos importantes.  
Por último, mencionaremos que la importancia como epopeya del Beowful es equiparable a la del Cantar de los Nibelungos sajón, el Cantar de mío Cid españolLa Canción de Roldán .

Manuscrito original de Beowulf:
A continuación podrán releer un fragmento de “La gesta de Beowulf”, de Nicolás Schuff:

La gesta de Beowulf
(…)
VIII
Pasaron cincuenta años.
Beowulf seguía gobernando con virtud entre los gautas, aunque sus cabellos habían tomado el color de la nieve.
En esos días, un hombre vagaba por las afueras del reino, entre ventosos desfiladeros, cuando dio con la entrada de una gruta. Era la cima de un risco. Abajo, las olas se deshacían en golpes de espuma contra las rocas.
El hombre juzgó que era un buen lugar para descansar un rato antes de continuar. Pero al entrar su sorpresa fue grande: la cueva escondía un tesoro invaluable, hecho de espadas, copas, medallones, joyas y oro de tiempos antiguos.
El hombre cargó en su saco todas las piezas que pudo y partió. En ningún momento se dio cuenta de que, en el fondo de la gruta, en la oscuridad, dormía el guardián de esos tesoros, el ancestral ladrón que a lo largo del tiempo se había hecho de aquel botín.
Cuando la primera estrella apareció en el cielo y el día aún no terminaba de extinguirse, los gautas notaron que una sombra gigante y veloz oscurecía las calles. Algunos ni siquiera llegaron a alzar la cabeza y ver al dragón. La criatura abrió sus fauces, lanzó una llamarada feroz y convirtió en brasas y cenizas a sus desprevenidas víctimas.
Hubo gritos, corridas. El dragón dorado se elevaba en el firmamento y volvía a bajar en picada, con las alas extendidas, planeando sobre los techos y sacudiendo con su aliento de fuego los hogares. Cada bocanada era como el golpe de cien látigos ardientes.
El ladrón regresó a su guarida antes de la aurora. Atrás había dejado campos calcinados, casas destruidas y hombres y mujeres carbonizados.
Para Beowulf fue una noticia tristísima. No hallaba motivos que justificaran la furia del dragón, y su mente se llenó de ideas sombrías. Pero al fin decidió que, fueran cuales fueran los motivos, debía pasar a la acción. El destino de su pueblo estaba en juego.
Convocó a sus caballeros y se hizo armar. Aún confiaba en la fuerza de sus puños y estaba dispuesto a enfrentar al dragón a golpes, como lo había hecho ya con otros monstruos más terribles, tiempo atrás. Pero sabía que ahora lo esperaban las llamas y el aliento venenoso, y debía protegerse.
Ciñendo el yelmo, el escucho y la espada, marchó con diez hombres hacia el alto acantilado. En el camino, aquí y allá, veían árboles abrasados y rocas ennegrecidas, vestigios del paso de la bestia.
Cuando estuvieron cerca de la gruta donde moraba el dragón, Beowulf se despidió de sus vasallos.
_ Los años pesan sobre mí, pero aún conservo la fuerza – dijo—El hábito de la guerra moldeó mi juventud y ahora tengo una nueva oportunidad de luchar. Así que les pido que aguarden aquí y observen el combate sin intervenir. Si el destino inclina la balanza en mi contra, se habrá perdido sólo un hombre viejo.
Así habló el admirable Rey de los gautas y luego marchó decidido por el angosto desfiladero, hacia la entrada de la cueva.
Casi había llegado cuando una nube de fuego y pútrido aliento surgió de las profundidades de la caverna. Todo el monte pareció incendiarse. El escudo de Beowulf se puso al rojo vivo, y el gauta tuvo que soltarlo. Sintió ampollas en la piel y el olor del vello quemado. Pero esto no lo atemorizó. Con voz potente gritó:
_ ¡Sal de la cueva y pelea!
El desafío del rey retumbó en las rocas y produjo un largo eco. Luego, por unos instantes, todo quedó en silencio.

IX
El centenario dragón oyó la llamada, y Beowulf lo escuchó resoplar varias veces en la gruta. Ambos se temían.
Entonces, otra nube de fuego surgió de la caverna, y tras ella apareció el imponente monstruo. Sus escamas doradas brillaron bajo el sol.
La bestia clavó sus ojos terribles en el viejo Rey y lo embistió. Beowulf trastabilló y se tambaleó un segundo al borde del acantilado. Muchos metros más abajo, alcanzó a ver el mar que iba y venía con fuerza entre las rocas.
El gauta se recuperó, afirmó sus pies, desenvainó su espada y atacó. El dragón retrocedió, pero Beowulf alcanzó a abrirle un tajo en el costado. La bestia herida alzó su gran cabeza, volvió a bajarla y vomitó una nueva llamarada infernal.
Esta vez el fuego alcanzó al Rey, que cayó al suelo con la vista nublada y la piel del cuello y el rosto quemada. El hierro que protegía su cuerpo estaba hirviendo. El ardor era insoportable.
Los guerreros gautas, más abajo, observaban el combate paralizados por el temor. Pero uno de ellos, un joven llamado Wiglaf, no pudo resistir más la espera y arengó a sus compañeros.
_¡Ayudemos al Rey! Él siempre nos ha defendido. ¡Ahora es nuestro turno! Es preferible morir combatiendo entre las llamas junto a él que vivir humillados por el resto de nuestros días. ¡Nuestro honor se llama lealtad!
Tras estas palabras, los demás vacilaron. Pero Wiglaf no los esperó. Corrió junto a su señor, atravesando las nubes de vapor venenoso para enfrentar al dragón.
La bestia lo vio acercarse y lanzó su aliento infernal sobre el joven guerrero. Wiglaf cayó al suelo con una pierna quemada, pero logró rodar y guarecerse tras una roca. Entonces Beowulf aprovechó y golpeó al dragón con su espada. Pero esta vez el hierro se partió al medio, y el dragón se irguió para caerle encima al Rey, aplastarlo y terminar con él. En ese instante, Wiglaf, que había logrado incorporarse, se lanzó con furia hacia la bestia y le hundió un hacha en el vientre. Fue una herida mortal. Pero la bestia, antes de desplomarse y caer por el acantilado hacia el mar, mordió a Beowulf en el pecho con una última y certera dentellada.
El Rey, malherido, se sentó con la espada contra una roca. Respiraba con dificultad y la sangre manaba sin cesar de su pecho. Wiglaf acudió a ayudarlo.
_ Si el destino me hubiera dado un hijo, este sería el momento de entregarle mis armas- dijo Beowulf.
_Señor, permítame cargarlo hasta el palacio –pidió el joven-. Allí lo asistirán.
_Ya no hay nada que hacer, querido Wiglaf. Mis días tocan a su fin. He cuidado del trono sin promover agravios vanos y jamás di en falso mi palabra, y es eso lo que me consuela en esta triste hora. Tú ve a la cueva del dragón y recoge el tesoro que hemos ganado para el reino. Y cuando yo haya exhalado el último aliento y haya sido incinerado en la pira, mi deseo es que construyan en la costa un túmulo que se vea desde el horizonte. Así, en tiempos futuros, todos los navegantes sabrán en cuál de todos los peñones ondea el nombre de Beowulf.
Los ojos del Rey se apagaban. Se arrancó el espléndido collar de oro que adornaba su cuello y se lo entregó a Wiglaf.
_ Eres el último de nuestra estirpe de nobles héroes – murmuró-. Todos pagaron su coraje con la muerte. Ahora yo debo seguirlos.
Y tras estas palabras, los ojos de Beowulf se cerraron y su alma abandonó el cuerpo. Wiglaf rompió en llanto sobre el pecho de su querido soberano.
Recién entonces se acercaron los otros guerreros, los que habían permanecido fuera de la contienda, sin atreverse a ayudar a su señor.
Wiglaf los miró con dureza, y más tarde les habló con reprobación. Sin duda, la noticia de su cobardía llegaría hasta los confines más lejanos.
Horas después, la muerte de Beowulf fue comunicada a todo el reino.
En la costa, los gautas alzaron una pira  para Beowulf y, cumpliendo sus deseos, la adornaron con yelmos, escudos y brillantes armaduras.
(…) Y todos lloraron la muerte del héroe Beowulf y dijeron que nunca habría en esa tierra un soberano más justo, valeroso y amante de su pueblo.

                                            Schuff, Nicolás. A capa y espada. Relatos de la épica medieval. Ed. La estación. Bs. As. 2009.



LA ÉPICA


La épica es un género literario que surge en la Antigüedad clásica y se encarga de narrar los hechos protagonizados por un héroe famoso, histórico o legendario. Solía tener como tema principal la guerra, relacionada con cierta idea de nacionalidad o de pertenencia a un pueblo.

El “epos”, como "discurso" confiado al compás del metro, transmitido de generación en generación por medio de la transmisión oral, suele ser una de las primeras manifestaciones literarias de cualquier civilización. Sus realizaciones, los poemas épicos, se remontan a un antiguo patrimonio de mitos y de leyendas, en que se alía con frecuencia lo imaginario religioso con historia de héroes unidos a los destinos de un pueblo.

De esta manera, el héroe épico encarna los valores de una colectividad; sus atributos personales son un resumen de la colectividad de la que habla. Es importante señalar que no es un individuo en el sentido moderno de la palabra, sino que sus acciones están siempre subordinadas a una trascendencia comunitaria.


Es por esta razón que la épica se asocia frecuentemente a la nacionalidad. Además, se transmiten de generación en generación y hasta se incluyen como tema educativo (los jóvenes debían asimilar esos valores heroicos).


            Por otra parte, podemos mencionar que la Edad Media es el contexto más propicio para la épica, porque es en ese período cuando comienzan a surgir las lenguas vernáculas, es decir, los primeros rasgos de una cierta idea de nacionalidad. Y por la guerra, que diferencia a un grupo de otro para dotarlo de identidad. La forma específica de este género es el cantar de gesta.

En cuanto al héroe medieval, era básicamente un héroe nacional y representaba los valores y virtudes más sobresalientes de su pueblo



Por último mencionaremos que dentro de la poesía épica está la epopeya y, como subgénero de ésta, el cantar de gesta en general y el cantar de gesta español, en particular.

sábado, 27 de agosto de 2011

EDAD MEDIA: feudalismo y vasallaje

Edad Media

La Edad Media es el periodo de la historia europea que transcurrió desde la desintegración del Imperio romano de Occidente, en el siglo V, hasta el siglo XV.
Su comienzo se sitúa tradicionalmente en el año 476 con la caída del Imperio Romano de Occidente y su fin en 1492 con el descubrimiento de América, o en 1453 con la caída del Imperio Bizantino, fecha que coincide con la invención de la imprenta (Biblia de Gutenberg) y con el fin de la Guerra de los Cien Años.
No obstante, las fechas anteriores no han de ser tomadas como referencias fijas ya que nunca hubo ruptura brusca en el desarrollo cultural de Europa.

Feudalismo y vasallaje

El feudalismo es el régimen político, social y económico que alcanzó su máximo apogeo en Europa occidental entre los siglos lX y Xl. Se organiza en torno a una sociedad estamental ( grupos sociales cerrados y jerarquizados –privilegiados y no privilegiados- establecidos por Dios) basados en los lazos de dependencia y de vasallaje(compromiso personal. a través de un juramento público en el que el más poderoso  –señor-   ofrece protección al más débil    –vasallo- a cambio de su fidelidad, traducida en una serie de servicios (trabajo en sus tierras y castillo, en sus ejércitos, pago de impuestos). 
En la presente época, en medio de las interminables guerras, los hombres anhelaron por encima de todo poder disfrutar de protección y seguridad. Como los poderes centrales perdieron toda autoridad se tuvo que recurrir a los poderes locales. Es así que se generalizó la costumbre de que los vecinos de un lugar se sometieron a quien los podía defender mejor: a veces un conde, pero muchas veces también algún particular que no poseía ningún título o cargo oficial, pero que se imponía a los demás por su valentía y su sentido de la autoridad. De esta manera, a estos hombres se les empezó a llamar señores, mientras que las personas que se encomendaban a su protección recibieron el nombre de vasallos.
Entre señor y vasallo se estableció una especie de contrato: el señor prometía protección a su vasallo; éste se comprometía, mediante un juramento de fidelidad, a ciertos servicios. El régimen vasálico se generalizó a través de toda la sociedad: el rey encabezaba la pirámide: sus vasallos eran los duques, condes y otros señores poderosos. Éstos, por su parte, recibían la "fidelidad" de las personas más ricas e influyentes de su región las cuales, a su vez, recibían los servicios de vasallos más modestos. De esta manera, desde la cima hasta la base de la sociedad, toda persona estaba vinculada a otra.
El régimen vasálico constituyó una determinada forma de organización del poder cuyo desarrollo se vio favorecido por las condiciones económicas imperantes en la época. En aquellos tiempos la tierra era la única riqueza. Muchas veces los propietarios, al encomendarse a una persona más poderosa, solicitaron protección no sólo para ellos mismos, sino también para sus tierras. A menudo donaban sus tierras a su protector, pero conservaban su usufructo. Por otra parte, los señores poderosos, dueños de grandes propiedades, para recompensar a sus servidores, les daban uno de sus propios dominios y les permitieron recibir sus productos. El dueño daba su tierra en beneficio o, como se diría luego, en feudo.
En un comienzo se concedieron los feudos ante todo como compensación económica por los servicios prestados. Más, con el tiempo se generalizó la costumbre de que los señores diesen los feudos a aquellos que se encomendaban a ellos como vasallos.
A partir de lo expuesto, podemos notar que el régimen feudal nació de la combinación de vasallaje y feudo.



La Iglesia en el sistema feudal

La Iglesia recibió por donación o legado extensas tierras que estaban sujetas a las obligaciones feudales. Los obispos y abades, al mismo tiempo de ser ministros de la Iglesia, se convirtieron en vasallos de los reyes y en grandes señores.
Cuando moría un vasallo laico sin herederos, la administración del feudo volvía a manos del señor. En cambio, los feudos de la Iglesia no pertenecían a un obispo o abad en particular. Por eso, cuando moría un obispo, el contrato feudal no era alterado y la Iglesia conservaba la tierra. De esta manera, las posesiones de la Iglesia aumentaron cada vez más y finalmente la tercera parte de la propiedad agrícola en la Europa occidental y central perteneció a la Iglesia.

 

A diferencia del feudalismo, que se caracterizaba por la existencia de un sinnúmero de poderes locales, la Iglesia disponía de una fuerte organización centralizada que constituyó la principal fuerza unificadora durante la Edad Media. Bajo la dirección de la Iglesia, la cristiandad o República cristiana se comprendió como unidad.
Además, la Iglesia ejerció numerosas funciones propias del gobierno civil y tuvo decisiva influencia sobre todo el desarrollo social y cultural. La Iglesia poseyó también un enorme poder material, ya que tenía el derecho al diezmo, la décima parte que cada uno debía pagar de sus entradas a la Iglesia y, además, recibió grandes donaciones de tierras.
El peor crimen y pecado era la herejía, la creencia en errores que, por ser contrarios al dogma, habían sido condenados por la Iglesia. La herejía era un crimen contra Dios y la sociedad. El herético se colocaba al margen de la sociedad religiosa y de la sociedad civil y era castigado por ambas. Para perseguir y castigar a los herejes, la Iglesia estableció los tribunales de la Inquisición.
El gobernante que violaba las leves de la Iglesia podía ser destituido por ésta y los súbditos de un príncipe excomulgado quedaban absueltos del juramento de fidelidad

Vida y cultura caballeresca
La vida del señor se desarrollaba principalmente en el castillo, que era habitación y fortaleza y símbolo de la vida noble. Al medio se elevaba la torre señorial con su atalaya. Los edificios y patios estaban rodeados por gruesos muros provistos de almenas y troneras y por un profundo foso. Para entrar al castillo había que bajar el puente levadizo y subir el pesado portón.
El día empezaba con la misa. Luego el señor recorría el castillo, se preocupaba de sus caballos y perros y conversaba con su administrador. Las principales diversiones eran la caza y los ejercicios ecuestres y de armas. Con regocijo se recibía a los prestidigitadores, comediantes y músicos y, ante todo, a los trovadores que, en sus poesías y poemas, cantaban la dicha del amor y las épicas hazañas del rey Arturo y otros valientes caballeros.
 Originalmente el caballero fue simplemente el guerrero que luchaba a caballo. A medida que el combate a caballo se tornó cada vez más complicado, requiriendo de una preparación especial y de grandes medios económicos, los caballeros empezaron a erigirse en un verdadero estado y casi en una orden que constituía la realización máxima de los ideales que animaban a la nobleza medieval.
Por regla general, sólo el hijo de nobles podía llegar a ser caballero. Para serlo, debía someterse a un largo aprendizaje de las armas. Servía a un ilustre caballero como paje y escudero. A la edad de veintiún años era armado caballero en solemne ceremonia.
En la caballería medieval se armonizaron la ética heroica de los germanos y los principios de la moral cristiana. El caballero cristiano debía usar la espada en defensa de la religión y en protección de las viudas, los huérfanos y todos los pobres y desamparados.

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Prácticas Letradas Contemporáneas


El presente Proyecto adquirirá, fundamentalmente, una  perspectiva sociocultural, a partir del marco de análisis propuesto por Daniel Cassany, que le ofrecerá al alumnado una visión más global e integradora de la práctica de la lectura.

            De esta manera, contemplamos que la lectura ha crecido en cantidad y en diversidad, además de incrementar su complejidad. Por este motivo,  las formas tradicionales de lectura continúan vigentes (libros y documentos en papel), pero han surgido prácticas letradas nuevas (internet, textos especializados) que plantean nuevos retos al lector y, aunque usemos el mismo vocablo, se trata de una tarea sustancialmente diferente.

            Por estos motivos, el Proyecto se titula “Prácticas letradas contemporáneas”, ya que contempla todos los aspectos de la enseñanza- aprendizaje de la Literatura y la perspectiva sociocultural planteada por Cassany. 

        Es importante señalar que dicha perspectiva  se transforma en imprescindible en los tiempos actuales que vivimos en donde la inserción de la tecnología no es sólo una herramienta de estudio sino, también, de inserción social.

Por ende, consideramos que el debate de la lectura de los textos literarios, permitirá ir consolidando las propias ideas y encontrar argumentos para defenderlas; y, simultáneamente, contribuirá a la socialización, a la aceptación de ideas diferentes y a la valorización del diálogo. 

En una última instancia, planteamos la necesidad de una la lectura crítica que resulte beneficiosa al alumno, en un mundo global y democrático, en el que nosotros esperamos poder dirimir nuestras diferencias con las armas civilizadas del discurso, el debate, la lectura y la escritura…